Es difícil creer
lo que aquí voy a escribir si no tomas café conmigo, si no comemos
esporádicamente juntos, o si no
compartimos proyectos profesionales durante todo el año. Pero créeme que lo que
aquí voy a reflejar es una radiografía de mi mente con relación a las redes
sociales y específicamente sobre la mensajería instantánea de WhatsApp.
Comparto proyecto
y empresa con numerosas compañeras jóvenes (entre 22 y 30 años), trabajo para
ayuntamientos en equipos que lo componen personas entre 40-55 años, y me
divierto con personas cuyas edades oscilan entre los 30-40 años. Vamos que,
entre trabajo, ocio y familia mis relaciones sociales acogen una gran franja de
edades. Entre todas estas personas hay un mínimo denominador común: la
hiperconexión a Whatsapp.
Recuerdo perfectamente
cuando me inicié con las redes sociales (a partir de ahora RRSS).
Corría el año 2008, por lo que si conoces la evolución de las RRSS en España percibirás
que soy una las personas que primero se registró y uso las redes más populares
de nuestro país. Durante estos 8 años he pasado por diferentes fases de
hiperconcexión. Al principio, y hasta que me acostumbré al uso de las mismas,
adopte una postura más de “fisgón”. Poco a poco fui cogiéndolo en “tranquillo”, y las usaba más; hasta que el año pasado, después de algunas advertencias
familiares, percibí que pasaba demasiadas horas en las RRSS más populares. La
verdad es que, a expensas de esta reflexión más pesimista, las redes me han
dado muchas alegrías.
Pero ello cambió
hace aproximadamente un año (en cuanto a las RRSS populares) y unos 8 meses en
cuanto a WhatsApp. Llegó un punto en mi vida que, o me dedicaba a publicar,
contestar o leer todo lo que acontecía en las redes, o me dedicaba a trabajar
en las decenas de proyectos que llevamos en marcha en los últimos dos años en
nuestras firmas. Por supuesto, y después de los grandes consejos de Lore (el
amor de mi vida) decidí por optar por la segunda opción.
Ahora, y una vez “desintoxicado”,
veo con tristeza no sólo mi pasado,sino también mi alrededor. Creo
sinceramente que hemos creado una sociedad en la que no nos escuchamos, nos nos
miramos, ni nos preocupamos por la riqueza de una buena conversación delante de
un buen café.
En mi día a día
dejo decenas de conversaciones sin contestar, decenas de “likes” sin agradecer
y cientas de publicaciones sin atender. Mi nuevo "Know how" virtual es “publicar
y dejar hacer”. Y ello lo hago por salud mental, tiempo y paz interior. Con
ello no quiero decir que deje de publicar aquello que creo necesario (pienso
que a este punto nunca llegaré); pero lo que si que hago es programar mi tiempo
para publicar y leer aquello que más me interesa (olvidando aquella visión de “fisgón”).
Ello me lleva a muchos malentendidos con personas con las que interactuaba
semanalmente y que he dejarlo de hacerlo. O con colegas que me escriben vía
RRSS y nunca obtienen respuesta. Sin duda es fácil pensar que estoy enfadado o
decepcionado con esa persona. Pero todo lo contrario.
Los gurús del
marketing digital afirma en sus conferencias que hay que estar en el mayor
número de RRSS porque “nunca sabes donde salta la libre”. Ello me convenció
durante muchos años, pero en el momento en el que me encuentro, donde valoro
muchísimo la calidad humana y el contacto físico de las personas, aquello quedó como una máxima
marketiniana que no va con mis “live style”.
Comentaba más
arriba que me relaciono en mi día a día con una amplia franja sociológica y de
edades, que llega desde los 20 años a los 55 años, y percibo cómo el WhatsApp
está creando en ellos/as una dependencia y ansiedad que no logran satisfacer
por muchos chats a los que respondan. Comidas, reuniones de trabajo o esperas
en una parada de taxi, pero siempre “En línea”.
Hace casi un mes,
por recomendación de un colega andaluz, leí un best seller titulado “El monje
que vendió su Ferrari”. Este libro creo que formará parte de mi presente y
futuro, y me reafirma en mi decisión de desconexión con las RRSS. Sin entrar en
él, porque bien merece un post bien amplio, lo cito aquí porque una de las
máximas que afirma este manual de autoayuda es que hemos de dedicar más tiempo
a la meditación, el silencio y la lectura (entre otras muchos consejos que
ofrece el autor). Sin duda, en ello estoy, y por ende estoy fuera de las
tendencias actuales de los profesionales de la Ciencia Política.
Escribía Elvira
Lindo hace un par de años una columna en El País Semanal donde hablaba de la
rabia que le daba que su compañero de mesa esté más pendiente de la pantallita
de su Smartphone que de su vestido, su presente o la propia conversación. Por
aquel entonces, no pensaba ni creía que la escritora llevara razón, pero después
de analizar mi día a día, y ver mi entorno, soy de los que también les da rabia
que mi compañero de viaje, despacho o café no deje de ojear su móvil.
Un buen colega
politólogo se enfadó conmigo hace un año cuando después de que me enviara dos
correos no obtuviera respuesta. La verdad es que está feo no contestar, pero el
tema no era vital. Cuando le dije por telefóno que en la vida hay cosas urgentes,
importantes y vitales, y que ahora me movía por prioridades enloqueció y me
costó mucho volver a retomar la buena relación. Pero es que ahora, si no lo
hago así no puedo sacar adelante mi trabajo, ni disfrutar de mis relaciones
personales o familiares. No hay día que me levante para ir al despacho y tenga
decenas y decenas de mails, DM’s, Wsap, o comentarios en Instagram. Pero ahora
funciono con esa regla: urgencia-importancia y vitales.
Escucho estos
momentos en los informativos de La Sexta que más de la mitad de puestos de
trabajo serán sustituidos por las TIC’s. Soy fiel a las oportunidades que
ofrecen las nuevas tecnologías, pero todo en su justa medida. Creo que una
máquina nunca podrán ofrecer la calidad que ofrece un buen profesional, pero
este asunto también da para otro post y no quiero entrar en detalle en esta publicación.
En conclusión, es
difícil reconocer, como yo lo he hecho aquí, que fui uno de los hiperconectados
a las RRSS; es difícil mantener buenas conversaciones en torno a una mesa sin
tenemos nuestro Smartphone encima de la misma; es difícil que percibamos la
calidad de las letras de nuestros cantantes favoritos sin estamos grabando un
video para publicarlo en Facebook Mentions; y es más difícil todavía que disfrutemos
de un paisaje o un paseo si no dejamos de pensar en el enfoque de la foto. En
general, es muy difícil que con este post gane “50 likes”, pero al menos sabes
que la desconexión a los entornos digitales se puede conseguir con un
poquito de voluntad, como todo en la vida.
Hoy podría hacer
publicado las fotos de la III Cursa per la Igualtat en la que todo el equipo de
EQUÀLITAT ha estado, pero después de observar mi entorno he pensado que me iba
a quedar mas satisfecho si publicaba esta pequeña reflexión festiva.
Sea como sea,
está demostrado que las relaciones humanas físicas se han reducido por la
proliferación de las RRSS. Sin querer ser el pez que aletea contra la corriente
del rio, creo que necesitamos abrazarnos más, conversar cara a cara y poner los
5 sentidos en la conversación y dar
prioridad a lo que realmente lo tiene. Por ahora, y en base a muchos consejos,
alguna lectura y varias consultas con la almohada mi prioridad son las
personas. En ello estoy en los últimos meses y sin lugar a dudas veo cubiertas
las mismas o incluso más necesidades básicas de mi vida.
Haga una prueba:
ponga en google las siguientes dos palabras “Humanizar” y “redes sociales”. Las
primeras páginas hablan de cómo humanizar nuestras marcas en redes sociales y
hasta la tercera página no aparecen artículos relacionados con la deshumanización
de las redes sociales. Prefiero, como he dicho antes, hablar de humanización de
la vida que de la humanización de las marcas y las redes sociales.
No espero likes (escribir ésto es políticamente incorrrecto) pero al menos a alguien le servirá de ejemplo
para conocer un caso real, y no ficticio, de una persona que ha optado por
cambiar un emoticono sonriente por una
sonrisa personal.